martes, 24 de agosto de 2010

Los fracasados






El proyecto de vida del Lic. Reséndez era alcanzar un cargo importante dentro de la escala jurídico burocrática de la nación. El destino y su decisión lo llevan a Álamos, Jalisco, un pintoresco pueblo propio de la provincia mexicana. Pero también un poblado donde la doble moral juega un papel importante. A nombre de la aristocracia, la familia Amezcua hace y deshace en el poblado a su gusto.

La casa de los Amezcua, punto de reunión y referencia para las tertulias literarias, las reuniones de los poderosos, las transacciones ocultas. Es precisamente en una de ellas que el Licenciado Reséndez queda prendido de la belleza de la más humilde (y por lo mismo distinta) de las anfitrionas. Las conversaciones siempre son las mismas: el escándalo que producen las ideas liberales, de hecho sólo el Juez de Letras se ostenta como tal. En dicha ocasión, se busca que Reséndez sea quien porte la voz autorizada. Sin embargo, más que una deferencia es una trampa para medir al Licenciado.

Consuelo, se ha metido en el pensamiento de Reséndez. El deseo de saber por qué es diferente a sus hermanas lo llevan a cuestionar al escribano del Ministerio Público, un viejo lengua suelta que le cuenta la versión oficial y la verdadera del origen de singular mujer. Él conoce estas dos historias por haber trabajado en la hacienda de El Cuervo, propiedad de don Agapito Amezcua.

Durante la narración Reséndez tiene claridad e información suficiente para determinar la causa de la incondicional protección que el padre Martínez muestra hacia Consuelo. Teniendo como marco una festividad donde se desbordan ínfulas y lisonjas, Reséndez, previa mediación del doctor Niza, logra bailar con Consuelo. La historia de amor de éstos dos se desarrollará paralelamente con la aparición latente de una auditoria a las finanzas municipales ejecutada por el gobierno estatal.

Esta novela de Azuela es un tanto predecible, sin embargo, la delineación de los personajes y la descripción de los escenarios son virtudes que hay que resaltar. Lectura ligera para quienes se van acercando a la lectura y gustan de los romances imposibles.

Azuela, Mariano: "Los fracasados", en Obras completas I, México, FCE, 1993, pp. 1-112.

lunes, 23 de agosto de 2010

La noche de la muñeca




¿Quién siendo un infante no llegó a temer la llegada de la noche? Esa noche donde habitan las pesadillas y los juguetes adquieren vida propia dejando de ser divertidos para convertirse en amenazas. En noches donde las imploraciones nunca sobran: "Que los párpados no pesen/que no acabe la canción".

Ana Romero (México, D.F. 1975) nos pone los pelos de punta a lo largo de una noche de espanto. En un poema de "doce horas y tres suspiros", la luna llena es un ojo hambriento, la muñeca arrumbada es una reina tenebrosa, dispuesta a atacar al niño que tiene un tambor en lugar de corazón. Las horas comienzan a transcurrir a partir de este acontecimiento. El avance del reloj trae consigo nuevos seres: el fantasma de la azotea, el garabato.

La muñeca, en tanto jerarca, encabeza el terrorífico ataque. Los fantasmas se multiplican desde la azotea y el garabato desea tener la luna llena o el ojo espía de debajo de la cama. La muñeca quiere venganza de los malos tratos recibidos durante el día: "Busca rondas que le alegren el murmullo/husmea en juegos y jugantes/quiere Niños para desconchabarles la/manita/que sean muchos como ella." La desesperación por que la noche termine y la esperanza del nuevo día convergen en la mente del niño. Los miedos aflojan y se materializan. La imaginación infantil tiene mucha fuerza cuando de espantos se trata.

Romero nos quiso compartir una historia de espanto, pero contada de manera diferente, con ritmo y musicalidad. Excelente texto para leerse antes de dormir en voz alta a los niños. Las sensaciones que provocará serán exquisitamente terribles. Las ilustraciones de Juan Pablo H. Gázquez complementan perfectamente la trama. Un libro digno de compartir junto con los miedos.

Romero, Ana: La noche de la Muñeca: Una noche de espanto en doce horas y tres suspiros, México, conaculta, 2008, 56 p.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Tecnologías de la palabra









Todos hemos oído decir que una imagen vale más que mil palabras. Pero si esta declaración es cierta, ¿por qué tiene que ser dicho? Porque una imagen equivale a mil palabras sólo en circunstancias especiales, y éstas comúnmente incluyen un contexto de palabras dentro del cual se sitúa aquélla.
Walter J. Ong


¿Alguna ocasión se ha preguntado cómo sería un mundo sin escritura? Si no es así, hagámoslo como mero ejercicio mental. Imagínese, como muestra terrenal o incluso pueril, que se dispone a realizar las compras domésticas de cada semana, dado que no existe escritura (y no estamos hablando de una escritura alfabética únicamente), usted tendría que memorizar la lista del mandado, ¿complicado?, bien ahora piense en todas las acciones que realiza día a día y las cuales se apoyan en la palabra escrita. Sin lugar a dudas la escritura forma parte de nuestra vida cotidiana aunque muchas ocasiones no lo percibimos.
Walter J. Ong (n. 30 de noviembre de 1912; m. 12 de agosto de 2003), en Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra (fce, reim. 2009)
realiza un minucioso estudio del devenir de la palabra. Las primeras civilizaciones que transmiten y heredan sus conocimientos, cultura, fe, mediante el único registro de la voz, son para Ong, culturas orales primarias. En otras palabras, culturas que desconocen la escritura. A la par que cuestiona el término "literatura oral", ya que para la literatura es fundamental la escritura.
Abrevando de otros estudios, sobre todo de la primera mitad del siglo xx, conforma toda una explicación de cómo les era posible a los griegos memorizar las épicas batallas y aventuras de la obra homérica. Una respuesta a lo anterior son las fórmulas que sirven como recurso para una fácil memorización. Si regresamos al ejemplo de la lista de compras y aplicando una fórmula podríamos obtener un resultado más o menos similar a lo siguiente: "los ardientes jitomates", "la plañidera cebolla", "el nopal de jugos ligeros", etc.
Precisamente en la Grecia antigua es donde encontramos paradojas en torno a la aparición de la escritura. Siendo esta una cultura oral, menospreciaban a la escritura. Los discursos de los grandes oradores primero se decían y posteriormente se escribían. Platón, en su diálogo Fedro, expone los riesgos de la escritura entre los que destacan: "es inhumana al pretender establecer fuera del pensamiento lo que en realidad sólo puede existir dentro de él", "destruye la memoria", "el texto no produce respuestas" y "la palabra escrita no puede defenderse". A pesar de todas estas objeciones, fueron precisamente las palabras escritas las que nos han permitido conocer el pensamiento de aquellos sabios.
Ong establece que la escritura no puede existir sin la oralidad, en tanto la relación inversa se presenta a menudo. La oralidad primaria genera un pensamiento y un discurso con las siguientes características: son acumulativas antes que subordinadas y analíticas, conservadoras y tradicionalistas, redundantes, cercanas al mundo humano vital, de matices agonísticos, empáticas y participantes, homeostáticas (privilegian el presente y desechan el pasado que no es útil) y situacionales antes que abstractas.
La oralidad primaria cohesionó a las sociedades. La aparición de la escritura dio paso a otra forma de oralidad, la oralidad secundaria. Ésta, siguiendo a Ong, se presenta en sociedades donde la escritura modificó la cosmovisión del ser humano, lo hizo más introspectivo, lo aisló del grupo pero lo comunicó con otros seres humanos a pesar del tiempo y la distancia, posibilitó los textos religiosos. Este tipo de oralidad necesita de la escritura para llevar a efecto sus propósitos.
Otro apartado importante en esta obra lo constituye la aportación de la escritura al desarrollo del género narrativo, en particular, el detectivesco. Quien lea este texto se brindará la posibilidad de reflexionar en torno a la importancia de la palabra (oral y escrita) y entenderá mejor el debate actual del libro versus las tic's.

El páramo es un rompecabezas.


"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo". Estas palabras, inmortales en la literatura universal son el pretexto para iniciar la siguiente opinión.


Vine a Un tiempo suspendido [García Bonilla, Roberto: Un tiempo suspendido: Cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo, México, 2ª ed., 2009, conaculta (El centauro), 539 pp.] porque me dijeron que acá encontraría la génesis del mito de Juan Rulfo. Roberto García Bonilla fue a los archivos, a los diarios, a las entrevistas, a los libros, a las obras musicales, teatrales, cinematográficas y fotográficas con la finalidad de develarnos a este personaje. El prólogo del libro, a cargo de Carlos Blanco Aguinaga, advierte la presencia de un rompecabezas, de una investigación que respeta, tal como su nombre lo indica, la cronología. No obstante, hay que poner en juego la atención detallada de cada una de las anécdotas, conversaciones, publicaciones y toda acción que se comenta.


Vine a Un tiempo suspendido buscando a Juan Rulfo. Y me voy con él, con sus mitos, con sus "fáciles" salidas apuntaladas en la ficción, las cuales a la postre forman ya parte del imaginario colectivo y de la vida misma del autor. Pongo por ejemplo, la multicitada respuesta en torno a su silencio: "El viejito que me contaba las cosas ya se murió". El mismo Rulfo, se encargaría de desmentirse, y asignarle un aura de ficción a esa y todas las cosas que dijo en una conferencia en Venezuela. García Bonilla, también nos prepara: "En la mayoría de los casos las respuestas son implícitas. He preferido que los lectores deduzcan, conjeturen y lleguen a sus propias conclusiones."


Tal es el caso de saber por qué Rulfo se asumía como oriundo de San Gabriel, de Tuxcacuesco, de Autlán, de Apulco (Jalisco) y no de Sayula, a la cual incluso llega a negar conocer. Hay una opinión que este hecho tiene que ver con aquellos versos pícaros titulados "El ánima de Sayula".


En el texto encontramos un Rulfo de carne y hueso, pero de una extraña materialidad más cercana a sus personajes que al común de los seres humanos. Parco, callado, huraño, solitario. Circunstancias que lo llevaron a los libros, esos interlocutores que guardan silencio en los momentos precisos y que siempre podemos volver a ellos y nos esperarán con las hojas abiertas. Ello le propició un bagaje cultural envidiable.


Hay muchos Rulfo y uno solo. El Rulfo de la llantera Goodrich Euzkadi (con la cual hace el recorrido de la primera carrera panamericana); el Rulfo de la Secretaría de Gobernación (que presentándose como agente de la misma le facilita la confianza de la madre de su futura esposa: Clara Aparicio), el Rulfo del Instituto Nacional Indigenista (que siendo una celebridad continúa desempeñando sus labores burocráticas), el Rulfo rescatista del aquel fatídico accidente aéreo donde mueren Salvador Toscano, Gabriel Ramos Millán, Luis Bouchet, Francisco Souza, "George Graham y su hija, la actriz Blanca Estela Pavón"; el Rulfo evasor de la crítica y debates literarios ("¿Qué te ha parecido el artículo?" –preguntó Blanco Aguinaga- "Bien, mano. Bien […] Además, si tú lo dices, así será ¿no?"), el Rulfo reconocido internacionalmente por sus obras pero incapaz de redactar una solicitud, el Rulfo inocente que cuenta a Agustín Yáñez su próximo proyecto y Yáñez lo materializa en La tierra pródiga. Pero todos esos Rulfo tienen el laconismo, la tristeza, la serenidad (sólo rota en sus momentos más críticos con el alcohol), propios de Juan Rulfo.


En el medio intelectual no fueron fáciles sus relaciones, de él recuerda Ricardo Garibay:


Rulfo me sacaba de quicio. Su aparente mansedumbre, su casi entera incapacidad intelectual, su lentitud de buzo, su genio publicista. Era el rey [en el CME]. Los gringos lo adoraban. Esto es lo que más me hacía desconfiar, la condición de mexican curiousk o de buen salvaje a los ojos de esos necios.


Se dice que hablaba mal de los demás a sus espaldas, y aficionado a la música clásica, a los silencios, a la armonía, veía con desconfianza, e incluso con desagrado, las nuevas manifestaciones literarias, como "la onda". José Agustín fue otro de los intelectuales con los que tuvo roces.


Entre sus amigos y vecinos encontramos a Pedro Coronel (a quien en 1954 le escribe el texto del cartel para su primera exposición individual), el cual le hacía llegar reconfortantes tragos de ron o de tequila, aún con la prohibición de Clara Aparicio. 


Conoceremos los nombres originales de los protagonistas de Pedro Páramo: Maurilio Gutiérrez y Susana Foster, asimismo las primeras líneas del original de dicha novela: "Fui a Tuxcacuexco porque me dijeron…". La poca valoración de su obra en Estados Unidos a causa de una mala traducción. Los consejos a Carlos Fuentes para que sus personajes de La región más transparente "se suelten, hablen". Su negativa a hacerle los discursos al gobernador tapatío en 1962. Su sentido del humor (En un viaje a Buenos Aires, en el hotel Plaza conversan Eduardo Galeano, Juan Gelman, Eric Nepomuceno y Juan Rulfo. Las personalidades pasan, saludan y se despiden rápidamente porque "Rulfo los esperaba en la mesa de honor". Rulfo invita a los tres a ir a otro lugar, porque "con tanta gente importante, ya no queda lugar" para él.


Gracias por la oportunidad de leer este libro, gracias Roberto García Bonilla por realizar este trabajo de minuciosa investigación de una década. Gracias por no darnos respuestas rotundas. Quiero cerrar este comentario con una ausencia, que quizá por su propia naturaleza no encaja en él, en el apartado "Referencias intertextuales a Juan Rulfo y su obra en textos literarios.


Hace años, como seguramente muchos de ustedes recordarán, en el periódico La Jornada, los domingos aparecía el suplemento "Histerietas", ahí, hacían la delicia de los lectores los personajes de Jis y Trino. Los más famosos eran El Santo y la Tetona Mendoza. Pero también había otros personajes periféricos que no eran parte de la historieta principal. Dos de ellos eran un escritor fracasado y su musa. El primero siempre reclamaba a la segunda su flojera, claro, sin reconocer la propia. Un día, por la calle, ven a la musa de Rulfo en un auto de lujo y con chofer. El escritor le reclama colérico y resignado: "Ya ves, mira a la musa de Juan Rulfo, trabajo muy poco y mira qué bien le va".



Vine a Un tiempo suspendido buscando a Juan Rulfo, y creo haberlo encontrado, también encontré a Roberto García Bonilla y una necesidad inconmensurable de releer la obra rulfiana.

Los 1001 años de la lengua española

Hace algunos años hubo un personaje zacatecano (de cuyo nombre no debo acordarme) que ostentando un cargo directivo de una institución cultural pública, se presentaba en foros nacionales tales como Congresos, Jornadas, Encuentros, etcétera y leía ponencias que otros le hacían. Una de las ideas recurrentes en todos sus discursos era el escaso presupuesto asignado a su institución, matizado por la célebre frase "y cuando haiga más dinero, más cosas haremos". Entre los funcionarios homólogos de otras entidades federativas era conocido como "El haiga".


¿Cuántos de nosotros no conocemos al menos una persona que habla así? O que digan murciégalomesmotrujealderredorarrejuntarmáiz, entre otras muchas otras palabras. Y cuántas veces en un afán "civilizador" hemos corregido tales vocablos. Pues bien, dice Antonio Alatorre (25 de julio de 1922, Autlán, Jalisco) que decirlos, es mantener vivas formas que siempre han existido en el español. Formas vivas que se enfrentan, suprimen, complementan, enriquecen nuestro lenguaje.


Alatorre, toda una autoridad en filología y literatura, aborda la historia de nuestra lengua como si fuera una biografía de alguien en su libro Los 1001 años de la lengua española (México, 2002, fce) y nos lleva de una manera accesible a conocer y reflexionar en torno al idioma castellano. Ejemplo de ello es la leyenda que gestó la palabra "capilla", aquélla donde San Martín de Tours si quitó la capa y la cortó en dos, dando la mitad a un mendigo con la finalidad de que cubriera su desnudez, y ese mendigo resultó ser Cristo. Cappa es capa en latín vulgar y cappella su diminutivo (la mitad de la capa era una capita). Después se levantaron muchas iglesitas que decían tener la cappella de aquél mendigo. Ahí el origen de capilla.


Al descubrir que nuestro idioma tiene genes indoeuropeos, latinos, árabes, franceses, anglosajones, a los cuales después se integraron los de origen americano y darnos cuenta que muchas de esas voces las seguimos utilizando, el vocabulario adquiere otra dimensión, incluso una palabra que se dice a menudo, vuelve a adquirir la carga mística con que fue concebida: es el caso de ojalá.


¿Alguna ocasión se pensado cuál es el género de agua, águila, hambre? Claro, son sustantivos femeninos, sin embargo muchas veces van precedidos de un artículo masculino, es decir, escribimos o pronunciamos el agua, el águila, el hambre. Este fenómeno tiene su origen en la Edad Media, donde el artículo se designaba según si la palabra que le acompañaba iniciaba o no con vocal. (santa María, sant Olalla, doña Sol, don Elvira).


El contar con una lengua propia y hasta cierto punto unificada posibilitó que se sistematizara la gramática y floreciera la literatura. Todos (los que podían leer y escribir) querían jugar y crear con el lenguaje, al grado que Hernán González de Eslava afirmaba que "Hay más poetas que estiércol". Surge asimismo la novela (las de caballería que tanto perturbaron a Don Quijote, fueron de los materiales de lectura más demandados).



Podríamos seguir contando algunos ejemplos de cómo han surgido más palabras (por ejemplo gachupín), pero mejor le dejamos la oportunidad que consulte este libro y descubra con la lectura un mundo inmenso: el idioma español. Y no nos vaya a suceder como el funcionario aludido, que fue casi análogo al burro que tocó la flauta, con la diferencia de que el primero no sabía qué era una flauta.